Cap.1. Un telegrama inquietante

La colaboración

El olor a tabaco que desprendía la ropa del director de catalogación del Museo de América y el desorden  de papeles que se observaba en su despacho, demostraban que Miguel  estaba nervioso y pasaba por un mal momento. Llevaba meses esperando a que el director general del Museo, el Sr. Rivera, le concediera carta blanca de lo que necesitaba económicamente para financiar la investigación en Yucatán y emprender el viaje de nuevo a tierras mayas. Una promesa que le habían hecho tras la colaboración con el CSIC del nuevo descubrimiento.

 Los días pasaban sin tener noticias de Luque y Ángela, sus becarios, quienes se habían ido hacía semanas para ir avanzando y recopilando datos. Aprovecharían la beca concedida por el estado para acabar sus doctorados al mismo tiempo que podrían ayudar a Miguel para acabar con su investigación. Mientras tanto Miguel seguiría esperando la subvención prometida y se uniría a ellos en cuanto pudiera. Cuanto más tardara el museo en decidir qué presupuesto le concederían más lejos de la verdad se encontraba. El arqueólogo Lucena con quien había trabajado en la anterior expedición había captado la atención de todos los medios relacionados con el mundo de la cultura maya. El descubrimiento del edificio de El Caracol en Chichén Itzá y su utilización como observatorio astrológico había salido a la luz y Lucena se había ingeniado para utilizar datos de la investigación de Miguel y llevarse parte del mérito. Investigadores, arqueólogos, mecenas de todas partes del mundo se habían acercado a Yucatán para estar presentes en la rueda de prensa que había promovido el CSIC. Un bombazo después del descubrimiento de la ciudad de Chichen Itzá por  John Lloyd Stephens en 1840.

—¡Don Miguel!—irrumpió una voz en el despacho del director. Era la nueva secretaria del museo. Una mujer de mediana edad que llevaba años trabajando para altos directivos y tras un accidente de coche le habían destinado al museo donde sin duda la presión era menor que en sus anteriores trabajos.

—Sonsoles, discúlpame. No la he escuchado entrar—decía Miguel sobresaltado mientras apagaba el cigarrillo en el cenicero hasta hacerlo pedazos.

Sonsoles le miró con un gesto pasivo y sin decir ni una palabra se acercó a la ventana corrió las cortinas y la abrió de par en par dejando entrar un aire gélido y una luz cegadora que hizo cerrar los ojos a Miguel mientras le hacía un gesto indicándole que parara.

—Llevas días metido aquí dentro y huele a tabaco desde la otra punta del pasillo, deberías dejar la porquería esa que fumas— le dijo Sonsoles mientras abría las otras dos ventanas que quedaban en el despacho.

—Sonsoles ¿has venido con intención de dejarme ciego y echarme un sermón o a otra cosa? porque no tengo tiempo para tonterías— contestó Miguel. Sonsoles se subió las gafas con un dedo para colocárselas bien y haciendo caso omiso del comentario de su jefe se puso a recoger y apilar las hojas que estaban distribuidas por todo el suelo.

—Esto parece una pocilga, deberías acicalarte, lavarte y dejar de dormir aquí, esto es un despacho no la casa de un estercolero— dijo Sonsoles.

Miguel le permitía hablarle así cuando estaban a solas, sabía que era la única mujer del mundo, a parte de su madre, que podía hacerle entrar en vereda cuando se desviara del camino. Es por eso que Miguel la contrató cuando se enteró de que nadie la quería como secretaria tras haber perdido movilidad en un brazo. Su arte de mecanografiar a la rapidez del habla había menguado tras el accidente. Una mujer de mediana edad que había sido secretaria durante toda su vida sin la capacidad de volver a escribir a máquina era tarea difícil de volver a incorporarse al mercado. A Miguel no le hacía falta que fuera la mejor mecanografiando, él lo que necesitaba era a alguien que le pusiera las cosas en su sitio cuando empezará a perderse. Miguel había enloquecido tras el descubrimiento del pectoral maya. Su historia y todo lo que le envolvía había causado que se convirtiera en toda una obsesión. Al no haber concluido con la historia final y saber que tenía mucho trabajo por delante causaron que Miguel dejara incluso de asearse y cuidarse. Había días que ni iba a casa a dormir. Estaba descuidando su matrimonio y la señora Sonsoles lo percibía.

—Vete a casa, duerme, toma un baño, come y haz caso a tu esposa y cuando hayas hecho todo esto te enseñaré el telegrama que ha mandado tu becario Luque—dijo la señora Sonsoles.

—¿Cómo? ¿Luque ha escrito? Te ordeno que me des el telegrama— decía Miguel mostrando más interés que el que había prestado hasta entonces.

—Como te he dicho, no te daré el telegrama hasta que hagas todo lo que te he mandado. Ve a casa lo primero. Yo me encargo de limpiar está pocilga de despacho, va hacer falta tener un lugar limpio y agradable donde poder reunirse. Si la prensa viniese a reunirse con Usted ahora echarías todo a perder únicamente con el olor que hay aquí dentro— decía Sonsoles refiriéndose al olor a humanidad que desprendía la estancia.

—¿Pero que dice el telegrama?-—preguntó Miguel mientras recogía sus cosas dispuesto a obedecer a su secretaria.

— En el título del telegrama pone que han encontrado al último cocom de Mayapán y que te esperan en México. Lo demás no lo sé, no estoy autorizada a leerlo a no ser que me autorice—diijo Sonsoles.

Miguel no tenía tiempo que perder, con este descubrimiento seguro que el Museo le daría la financiación que estaba esperando. Salió del despacho dejando atrás a Sonsoles quejándose del desorden que había y sin pensarlo dos veces fue directo a casa a prepararse. Si lo que necesitaba era llamar la atención, la rueda de prensa que tenía convocada en las próximas horas sería la ideal. Lucena había dicho muchas mentiras sobre su huida inesperada en la anterior expedición, pero ahora tendría oportunidad de desmentirlas.

***

—Miguel, eres el ser más ruin que he conocido en la vida— le decía  Lucena por teléfono—hice todo lo posible para meterte en mi equipo de investigación,  como si fueras uno más a pesar de haberme arriesgado a perder la subvención del estado y mira como me lo has pagado. Me has traicionado— decía Lucena subiendo el tono de la voz cada vez más y más.

—Tú proyecto de investigación iba destinado a algo completamente diferente al mío. Yo no sabía que donde tú ibas a excavar fuera finalmente el punto exacto donde acababa la mía- respondía Miguel— El destino de tu investigación era desenterrar el observatorio y estudiar su función, que luego resultara que el pectoral que yo tenía fuera la clave para su funcionamiento es mi mérito. Yo lo descubrí primero, estudié todo sobre él, tarde años en entenderlo. Tú solo desenterraste un edificio- decía Miguel explicándose.

—Mira Miguel, yo sólo te digo que si no tengo algo para enseñar al público me quitarán la subvención, y no hay muchos arqueólogos en España que estén especializados en la cultura precolombina. Necesito que me des algo para publicar, no puedo sacar a la luz el descubrimiento de un edificio que controla las estrellas y el cielo sin ninguna prueba. Y esa prueba la tienes tú. Lo que te estoy pidiendo es una colaboración del Museo de América y el CSIC para demostrar al mundo nuestro hallazgo— decía Lucena intentando convencer a Miguel para que le cediera los datos de su investigación.

—¿Con qué objetivo?  Hacemos una colaboración del descubrimiento, lo publicamos juntos y luego qué. ¿Nos separamos de nuevo? Yo no he acabado aún con la mía, necesito saber qué pasó con Diego de Landa.

—Con el objeto de colaborar Miguel— respondió Lucena—La subvención se la darán a los dos departamentos por igual— Nos darán a los dos la financiación que necesitamos, tu para acabar tu historia y yo para mis excavaciones.

—Ya. Déjame pensarlo y sabrás de mí en breve— y colgó el teléfono sabiendo que Lucena le había vuelto a engatusar con esas palabras, “colaboración, CSIC y el Museo de América…

Mientras iba a casa, a Miguel se le repetía una y otra vez está conversación telefónica, y se preguntaba cómo había sido tan tonto de creer en Lucena. A él le habían dado la subvención sin dudarlo, un arqueólogo reconocido y con una reputación precedida, descubridor de ciudades precolombinas, conocido en varios países, sin embargo a Miguel, a quien nadie apenas conocía, una simple rata de biblioteca y archivos  ¿Qué subvención le iban a dar? Los restos…—se decía a sí mismo. Tras aceptar la propuesta de Lucena y compartir el hallazgo de la investigación como colaboradores mutuos el estado tardó muy poco en resaltar en los medios que un grupo de arqueólogos españoles habían realizado el mayor descubrimiento de la última década. Y como no, se reconocía a Lucena como su merecedor.

—Qué estúpido eres Miguel— dijo Miguel en voz alta sin poder evitar que le volviera a la mente una y otra vez la conversación con Lucena y su fatídica colaboración.

Desde el regreso de Yucatán, Miguel había cambiado, su carácter se había vuelto recio, serio y soportaba muy poco las bromas que pudieran hacerse con respecto a su imagen. Se estaba quedando calvo y se había dejado la barba crecer hasta el punto de poder hacerse trenzas. Laura, su esposa, odiaba está situación, no soportaba verlo así, desde que Miguel se enteró de que Lucena había empezado ya su segunda fase de excavaciones gracias a la nueva subvención del estado y que él tendría que esperar a la decisión que tomara el Director Rivera sobre qué hacer con ese dinero cedido al Museo se había vuelto a obsesionar con su investigación. Vivía por y para ella.

—¿Miguel eres tú? Casi llamo a la policía para que te busquen, sino llega a ser por la señora Sonsoles…hace días que no vienes a casa. Tienes que  parar— decía Laura nada más de ver a su esposo entrar por la puerta.

—Tienes razón cariño, no volverá a pasar. A partir de ahora las cosas serán diferentes, lo prometo— contesto Miguel. Pero no era verdad, su humor había cambiado al instante de enterarse que Luque le había mandado un mensaje con nueva información. Su espera tendría al menos alguna respuesta.

—He oído que vas a dar una rueda de prensa— dijo Laura mientras Miguel se afeitaba.

—Sí. Una revista americana está recapitulando los últimos descubrimientos relacionados con Chichén Itzá. Parece que Lucena ha llamado la atención internacionalmente y como la pieza de la que habla la tenemos nosotros….por eso vienen. Para verla con sus propios ojos—.

—Qué bien. ¿ Y ya sabes algo de la subvención?—preguntó Laura.

—No sabemos nada. Pero creo que ya es hora de que vaya a Yucatán, Luque y Ángela han hallado algo que requiere mi presencia. No puedo esperar más. Tengo que ir— dijo Miguel advirtiendo a Laura que pronto partiría.

—No pretenderás irte sin ni ¿no? Además si vas a gastar de nuestros ahorros que mínimo que yo también vaya. Y si encima vais a estar solo vosotros tres, necesitaréis a alguien que os cuide. Una enfermera viene bien siempre— contestó Laura con muestras de que poco o nada iba a ceder a quedarse.

—Viéndolo así…tienes derecho claro. Pero no es un viaje de placer, no tiene nada que ver a lo que estás acostumbrada— dijo Miguel.

—¿Perdona? He trabajado como enfermera durante la guerra, curado, cosido, cortado y extirpado cualquier cosa de la que no te puedes imaginar del cuerpo de un hombre. Si alguien sabe de peligros soy yo— respondió ofendida Laura.

—Tienes razón. Discúlpame. Déjame a ver qué puedo hacer— dijo Miguel para calmar su enfado.

—Más te vale porque yo esta vez no me quedo esperándote— respondió Laura.

—Hablaremos de esto más tarde, ahora debo volver al museo. La señora Sonsoles tiene un telegrama para mí que no puede esperar más. Han encontrado al último cocom maya.

—¿Y ese quién es?— preguntó Laura  pero Miguel dio un portazo y salió corriendo sin darle la respuesta. No tenía tiempo que perder.

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