Julia estaba nerviosa y se preguntaba una y otra vez si hacía lo correcto removiendo el pasado de una pobre anciana. Tortilla de patatas, vino, chuletas, pimientos rellenos y ensaladilla rusa estaban listos en la mesa para empezar a cenar. Cuando sonó el timbre la amable abuela corrió a abrir la puerta para recibir a sus dos invitados.
–Señora María, le presento a Julia– dijo George para romper el hielo e introducir a Julia que estaba muy nerviosa.
– ¡No me llames señora!–respondió María orgullosa de su edad– En todo caso “señoruca” que es como nos llaman por aquí– concluyó diciendo entre sonrisas mientras les dirigía a la sala principal donde empezarían a cenar la abundante comida que les había preparado.
Julia observó que la sala tenía las paredes completamente cubiertas de fotos y recuerdos de sus familiares y amigos. Parecía una mujer que apreciaba a la gente que había marcado un paso en su vida en todo el valle, recuerdos de las fiestas de Silio, de Heleguera y de Arenas señalaban que en su juventud había sido una señora marchosa.
Julia y la señora se pusieron al día sobre la gente que conocían durante la cena. Hablaron sobre el tío Juan “el tontuco” y los años en los que habían vivido juntos en Santander, como se había desarrollado la enfermedad de su madre y las razones por las que habían venido al valle a pasar el fin de semana. Cada vez que salían noticias de la familia de Julia a la señora María se le inundaban los ojos con lágrimas y parecía que sufría por la incertidumbre con la que había vivido Julia toda la vida. La señora María había servido en la casa de Victorio durante muchos años y conoció a Julia cuando apenas era un bebe. Después de cenar se sentaron en los sofás que rodeaban una pequeña mesa de cristal y la señora María empezó a contarles la historia.
Victorio llegó a ser conocido entre los integrantes de la banda de los montañeses por su habilidad en la orientación y como guía. Tenía una constitución fuerte y robusta como un roble que acompañaba a su carácter terco y testarudo. Era alto y tenía el pelo rizado y canoso como un algodón. Ayudaba a todos los cántabros que necesitaban huir de la zona. Convocaba a las familias en un punto de encuentro y los guiaba por las conocidas Montañas de la Libertad evitando las escoltas de la guardia civil y militares hasta que alcanzaba la frontera a Francia. Cruzar las montañas estaba lleno de problemas. Había que superar la larga cordillera atravesando campos, ríos y bosques frondosos rodeados por guardias civiles y militares que hacían presos a cualquiera que osara huir del país. Los momentos más difíciles y duros se produjeron durante el invierno cuando el riguroso clima de frío, viento y nieve convirtieron la ruta de la libertad en una auténtica pesadilla.
En una de las rutas que Victorio preparó cuidadosamente, conoció a alguien que le ofreció oro, plata y dinero a cambio de llevarlo hasta Francia por el paso de las montañas. Victorio se estudió hasta el último detalle de la expedición, los diferentes pasos que podían tomar, y finalmente, logró alcanzar la frontera burlando los puestos de vigilancia hasta traspasar las montañas.
– En esa ruta sucedió algo que cambió la vida de Victorio y le hizo volver a casa– dijo María mientras encendía un cigarrillo y los invitados escuchaban atentamente a la historia.
– ¿Qué pasó? ¿Quién fue esa persona?–preguntó George intrigado.
–Eso debéis preguntárselo al niño que vino con Victorio tras dejar las rutas de la montaña y regresar al Valle–contestó la abuela María dejando extrañados y perplejos a los dos invitados– Bueno ahora ya no es un niño y no creo que quiera hablar con vosotros si supiera realmente quien es Julia.
Julia se quedó blanca, inmóvil y sin saber que decir. De repente empezó a marearse.
–Deberías hacer menos esfuerzos en tu estado–dijo la señora María trasmitiéndole a Julia un mensaje con la mirada– ¡Remover estas cosas del pasado no te harán nada bien!
– ¿Qué estado?– preguntó George acercándose hacia el sofá donde estaba sentada Julia.
–Sólo quiero irme a casa, ha sido un día muy largo– contestó Julia.
Julia y George se despidieron de la amable anciana y regresaron a Arenas para descansar y asimilar la información que habían recibido. Se subieron al coche y en silencio volvieron a su hotel. No hacía falta hablar para saber que ambos pensaban en ese niño que había aparecido en brazos de Victorio.